El internacionalismo y la lucha contra el patriarcado

Un problema global implica una lucha global y hace necesario el internacionalismo. Pero ¿qué quiere decir este en un sentido revolucionario? ¿Qué significa para las mujeres?

Las luchas de las mujeres siempre han sido internacionalistas. Es difícil explicar con palabras lo que tenemos en común. Es el sentimiento que nos embarga cuando vemos, escuchamos o recordamos a las mujeres que se alzan, que hacen oír su voz por nuestra libertad, por un mundo sin patriarcado, por un mundo sin opresión de los seres humanos ni de la naturaleza.

Como mujeres y personas no binarias militantes, desarrollamos herramientas mediante nuestras prácticas, las cuales se pueden aplicar a las estructuras generales, donde todos los géneros se organizan juntos. Nos parece importante contar con espacios autónomos para desarrollar estas herramientas, reunirnos, aprender y compartir. Desde aquí, trasladamos a toda la sociedad nuestras experiencias, ideas y luchas. Nuestra lucha como mujeres internacionalistas siempre es doble: acabar con el enemigo que hay dentro de nosotras mismas y luchar contra el enemigo de fuera.

Pero nuestro objetivo es claro, aquí o donde quiera que estemos. Sentimos el dolor y el éxito de cada una. Desde este punto de vista, siempre intentamos hacer más de lo que la realidad “nos permite”.

La lucha internacional de las mujeres no persigue el poder. De hecho, nos oponemos al poder mismo, mientras creamos algo nuevo. Esto también se puede ver a través del desarrollo revolucionario en Rojava y en el norte de Siria. Todas las estructuras autónomas de mujeres son ejemplos para nosotras. En estos lugares los compañeros y las compañeras valoran todas las diferencias que aportamos a la lucha conjunta.

Con nuestra creatividad, y porque amamos la vida, podemos convertirlo todo en una herramienta en la defensa de la libertad. Hay una larga tradición de mujeres internacionalistas que tomaron las armas contra el sistema. Seguimos excavando bajo las ruinas de la historia patriarcal para recuperar sus ideas y acciones y seguirlas. El grupo de militantes Rote Zora, de Alemania, entre muchos otros, dejó trazado con claridad este camino ideológico, gracias a su contacto con la lucha de las trabajadoras en Asia y sus acciones coordinadas contra un enemigo global. Solidaridad significa vivir y actuar de acuerdo con nuestras ideas y nuestros planteamientos. En este sentido, la resistencia de las mujeres siempre está conectada con el resto de luchas.

Pero ¿cómo encontrar el método más acertado? Queremos luchar por la libertad de forma que las mujeres que nos rodean y las personas en general puedan entender cómo llegar a ella, cómo estamos llegando. Al defender nuestras ideas, caminamos, paso a paso, porque vivimos en un sistema fundado sobre milenios de esclavitud de las mujeres. Esto quiere decir que, si queremos que la lucha revolucionaria contra el patriarcado sea duradera en el tiempo y tenga éxito, necesita que sea equilibrada y tener mucha paciencia. Así, se puede decir que los movimientos de mujeres en el pasado se han “saltado algunos pasos”. Es por este motivo que, en las luchas, grupos o lugares en los que se dice que las mujeres y las personas no binarias son aceptadas socialmente como “iguales”, el “hombre interior” no ha sido derrotado. Somos espejos unas de las otras. Partiendo de nosotras mismas, mediante las críticas que hacemos y que recibimos, la lucha puede desarrollarse y crecer.

Autodefensa

Los movimientos de los que procedemos no se han tomado suficientemente en serio el concepto de autodefensa. Es la realidad de las mujeres: tenemos que estar listas para defendernos a nosotras mismas y para defender a nuestras compañeras contra el patriarcado. Toda organización social necesita la autodefensa. En Kurdistán, y especialmente dentro de la autonomía democrática de Rojava, se puede ver a las mujeres emprender acciones para defender lo que están creando. Así, aprendemos juntas que nadie lo va a hacer en nuestro lugar. Además, nosotras, que provenimos de contextos muy diferentes, sabemos que no hay lugar alguno al que podamos dirigirnos para escapar del problema de la mentalidad patriarcal. El mero hecho de que haya aquí, en esta revolución, menos mujeres internacionalistas que hombres, vuelve a poner en evidencia el funcionamiento de la opresión a nivel global. No se trata de que haya menos mujeres en la lucha, o de que estas no sean lo suficientemente “valientes”. Sencillamente, la mayoría de ellas no puede venir:

Son nuestras compañeras quienes se hacen cargo de las responsabilidades y del trabajo diario dentro de las estructuras de nuestros contextos locales en los países de origen, o quienes cuidan de los miembros de la familia. Por este motivo, les dedicamos un recuerdo especial, mientras escribimos esto.

Un fenómeno, que se observa tanto en los medios de comunicación como en el caso de nuestros compañeros varones, es el tema de si pueden hablar sobre el patriarcado o no. En otras palabras, contestar a preguntas como: “siendo un hombre, ¿tengo derecho a hablar sobre sexismo?” Lo que da a entender: “parece que debería ser solo tarea de las mujeres luchar y superar el patriarcado.” A esta última cuestión la respuesta es “por supuesto que no”, aunque a menudo da la impresión de que ningún hombre sabe cómo efectuar este cambio, como mínimo.

No hay una lista de comportamientos correctos e incorrectos, de qué decir y qué no. Y a la mayoría de las compañeras no les gusta que se les pregunte por ese tipo de “instrucciones”. Entonces ¿qué hay que hacer? ¿Como enfrentarse a esto? ¿Cómo pueden luchar juntos todos los géneros contra el patriarcado? ¿Y cómo superar a este? Para encontrar formas y métodos adecuados, debemos echar la vista atrás en la historia y tratar de entender el desarrollo del patriarcado, los potentes mecanismos que lo sostienen y la mentalidad capitalista a la que da lugar.

Los gobiernos y la opresión son elementos de la fuerza jerárquica, pero no siempre han existido. Se fueron desarrollando a lo largo de la historia de la humanidad. El primer paso en este camino fue la formación de grupos separados. Después, cada uno de ellos recibió valores diferentes. En otras palabras, se creó una jerarquía opresiva entre hombres y mujeres. Cuando contemplamos la historia de la humanidad antes de estos cambios, constatamos que no había personas peor valoradas que otras. Durante el Paleolítico y el Neolítico, que terminaron hace unos 5.000 años, todos los integrantes de un grupo se organizaban en torno a la figura de las madres (en un matriarcado) y mantenían relaciones libres de opresión entre sí.

Una madre no ama a un hijo más que a otro, ni trata a estos de manera diferente. Las personas tomaban la relación materno-filial como ejemplo para el establecimiento de sus propias relaciones sociales: esto incluía un fuerte sentimiento de reciprocidad, responsabilidad y justicia. Eso no quiere decir que las personas fuesen todas iguales en esa época, antes del establecimiento del patriarcado: tenían diferentes tareas, etc. Pero eso no era motivo para dividirlas y clasificarlas en grupos dicotómicos basados ​​en lo bueno y lo malo, lo importante y lo poco importante. Esta forma de división y clasificación es un pilar fundamental del pensamiento patriarcal. Al realizar estas divisiones, la comunidad centrada en la madre fue destruida de manera brutal.

Esto viene ocurriendo desde hace aproximadamente 5.000 años. Desde entonces, la división de las personas, de la manera que se ha descrito, comenzó a profundizarse y a adquirir múltiples dimensiones. Ahora está inscrita en nuestra forma de ser. Las mujeres, al igual que los hombres, están fuertemente influidas por los roles de género patriarcales, que llevan a oprimir y a ser oprimidos. Esto se mezcla y se entrelaza fuertemente con las nociones capitalistas y liberales de competencia e individualismo. PERO, si observamos la totalidad de la existencia de los seres humanos, que abarca millones de años, podemos afirmar que este sistema ocupa apenas una pequeña parte, tan solo unos pocos miles de años. Eso quiere decir que la historia de la humanidad ha estado, en su mayor parte, libre de patriarcado. Lo cual no se refiere solo a la historia de las guerras y la violencia. También significa que, como seres humanos, tenemos la capacidad de cambiar esta situación. Tal vez haya sido solo cuestión de mala suerte que hayamos nacido ahora.

Luchamos para liberarnos del sistema patriarcal capitalista. No podemos tomar la historia masculina como punto de partida para la liberación, ni tampoco para la búsqueda de estrategias con la que abordarla. Sería un punto de referencia equivocado. Estamos a la búsqueda de soluciones, de caminos hacia la libertad. Además, debemos ser conscientes de que el sistema existe también dentro de nosotras, está presente en nuestros pensamientos, discursos y acciones. Si cada una de nosotras reproducimos el sistema a través de nuestras personalidades, debemos autoanalizarnos, ejercer la crítica y la autocrítica y cambiar el sistema cambiándonos a nosotras mismas. Este mecanismo aporta también la respuesta a la pregunta de la que partíamos: “siendo un hombre, ¿tengo derecho a hablar sobre sexismo?”. Sí. Sí, e incluso podríamos decir que no es un derecho, sino una de las condiciones para el cambio.

Cuando echamos la vista atrás en la historia de la humanidad, vemos que el punto de partida de los hombres no debe ser juzgar desde su punto de vista la lucha de las mujeres. Su papel no es aconsejar, sino reconsiderar sus propias actitudes. Solo de este modo será posible superar la visión de la realidad que es propia de los hombres heterosexuales blancos occidentales, como única vara de medir y valorar que se usa para comprender el mundo.

Un ejemplo de esto es el debate sobre cuotas de género. En este contexto, las preguntas interesantes e importantes que deberían plantearse los hombres son: “¿qué hago/pienso/represento/digo (como hombre en el patriarcado) para crear una situación y un sistema así, ya que hay tantas personas que reclaman cuotas de género?”, en lugar de entrar a juzgar si las cuotas son adecuadas o no. Es decir, para cumplir con su responsabilidad en la lucha por la igualdad de géneros deberían indagar en sus propias ideas y en sus actitudes patriarcales, en lugar de observar y juzgar el trabajo, los conceptos y las ideas de las mujeres. Tal vez de este modo podría detenerse el ciclo de la culpabilidad y llegar a la igualdad de géneros, al “eliminar al macho que hay en su interior”.

La lucha de mujeres y la lucha de clases.

Considerar la opresión de las mujeres solo como consecuencia de la opresión capitalista y de clase puede dar lugar con facilidad a una comprensión superficial del patriarcado y de su impacto en el desarrollo de la mentalidad de la modernidad capitalista. Considerar el problema del trabajo doméstico, no remunerado y gratuito, como su objetivo principal disminuye las posibilidades de crear un mundo que incluya el punto de vista de las mujeres.

Toda la terminología de la filosofía política ha sido desarrollada por hombres. Y la llamada «liberación» de las mujeres se ha limitado a menudo a cuestiones económicas. Es importante recordar que la competencia, que es inherente a la mentalidad capitalista, es parte de las actitudes patriarcales. Instituye varias formas de jerarquía y conlleva, inevitablemente, la inferioridad de quien pierde.

El positivismo, basado en la productividad, redujo a las mujeres a la categoría de objetos dentro de este mundo construido por hombres. Por lo tanto, las mujeres se convirtieron en parte de una realidad simplista, donde se las veía como una extensión de las estructuras creadas por ellos. Solo podían decidir por sí mismas dentro de los límites de este sistema impuesto, donde los hombres eran los sujetos activos en la sociedad. El sistema capitalista limitó el papel de la mujer a la reproducción del trabajo humano, al dar a luz a más trabajadores. Esta productividad, en el sentido de cuidar, limpiar y criar a los niños, se ocultó en el hogar, en la esfera privada, como detrás de los muros de una prisión. El trabajo de las mujeres y su explotación ha sido una condición previa para la explotación de todos los proletarios, al mismo tiempo que, en buena medida, se ha reconocido menos nuestra participación en la lucha de clases.

La historia deja claro que muchas revoluciones, luchas y guerras han llevado a nuevas formas de opresión, cada vez más sofisticadas. Como el trato que recibieron las mujeres durante el gobierno bolchevique, después de la Revolución de octubre. En pocos años, el gobierno soviético, supuestamente progresista, instituyó otras formas de explotación del trabajo de las mujeres, en fábricas y granjas colectivas, junto con la “esclavitud de la cocina”.

Es hora de volver a luchar contra este enemigo, que se muestra tras una multitud de máscaras. Puede teñirse de liberalismo, del llamado “socialismo rojo” o del falso discurso humanitario de las ONG. Es hora de que tendamos puentes entre nosotras, de que nos levantemos como mujeres internacionalistas. La revolución está en marcha y hay una larga y hermosa lucha frente a nosotras que nos llevará a tener éxito en nuestro camino. Como dijo Lucy Parsons, “nuestro lema es la libertad: libertad para descubrir cualquier verdad, libertad para desarrollarnos, para vivir de forma natural y plena”.

Este texto es un trabajo colectivo, escrito por mujeres que forman parte de la Comuna Internacionalista de Rojava.  

Texto original: https://internationalistcommune.com/internationalism-and-struggle-against-patriarchy/          

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